sueño que tengo una pala grande
con un mango de material desconocido
muy reluciente
atornillada a una concavidad negra muy brillante;
los tornillos y el cuerpo de la pala son rojos
y el mango, negro.
apaleo un montón de escombros
en una pila despareja;
traslado los escombros de un lugar a otro.
inadvertidamente, la pila toma forma;
ya no son escombros grises;
son ladrillos rojos
que toman cuerpo,
un alma más o menos sensible
y se transforman en hombres
que advierten el carácter redundante de la pala
y me la quitan.
me la cambian por una cuchara grande de postre.
con la cuchara junto cantidades inverosímiles de
pasta de nido, una argamasa atemporal, muy liviana, poética
y anaranjada que voy acumulando en el plato
como si fuera un puré sabroso
de papa y calabaza.
los hombres también me quitan la cuchara grande de postre;
me la cambian por una cucharita de helado
con la que empiezo a comer helado de varios gustos
con una parsimonia que me transmite la misma somnolencia;
entonces el helado se funde,
los gustos se entremezclan y se transforma en una sopa miscelánea
de color celeste que sigo
comiendo con avidez.
como al helado azul de menta
que abandoné en el
trance de amalgamarse
otra vez
te chupás las yemas del índice y el pulgar
para leerme más rápido
el corazón y el pensamiento.
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